domingo, 6 de junio de 2010

.- Mi ángel -.


Supongo que cuando me encontraste
era sólo la sombra de lo que fui,
todavía había lágrimas en mi rostro,
mis heridas eran todavía visibles.

No podía confiar en nadie
incluso desconfiaba de mi propia sombra,
las heridas no querían cicatrizar,
las lágrimas no querían cesar.

Todo era oscuro y frío,
creyendo no volver a ver la luz del sol
renuncié a disfrutar de su calor,
renuncié a intentar levantarme.

Pero en medio de la oscuridad
surgió un pequeño milagro,
un ángel, mi ángel de la guarda.

No recuerdo como sucedió
sólo sé que te vi frente a mí,
me tendiste tus cálidas manos
y me regalaste la más tierna
y dulce de las sonrisas.

Me cogiste entre tus brazos,
prometiste que en ellos
encontraría refugio y abrigo
siempre que los necesitase.

Nunca más estaría sola,
tus manos me levantarían
tras cada caída,
de nuevo una vez más,
parecía que el sol volvería a brillar.

Con cariño y paciencia
lograste curar las heridas
que el pasado me había causado,
recobré la fe en mí,
ya no había oscuridad,
sólo ganas de luchar.

Me sentía invencible
capaz de comerme el mundo,
pero seguía siendo aquella niña
perdida y herida que conociste.

El destino te arrancó de mi lado,
injustamente nos separó,
me arrebató lo único
que había conseguido
darle sentido a mis días.

La luz de nuevo se desvaneció,
volvieron las lágrimas, el dolor
y una profunda oscuridad
en la que mi alma lleva sumida
desde que ese fatídico día
el mundo nos separó.